Por una Ecología Trófica Humana más Amigable con el Medioambiente

Los humanos somos parte de la naturaleza, de eso ya nadie duda. Como cualquier especie que habita una región, el comportamiento y las decisiones de Homo sapiens modifican el ecosistema. Una verdad incómoda, diría Al Gore, es que el cambio de régimen climático que el Planeta Tierra está experimentando se ha acrecentado desde la Revolución Industrial, causada por y para el ser humano.

La ecología trófica, tema de interés de quien escribe, es una disciplina que estudia las relaciones depredador-presa que ocurren en un ecosistema y cómo esas especies interactuantes quedan posicionadas en la red trófica. El hombre, a pesar de tener una dieta omnívora, se encuentra en lo más alto de la red trófica del ecosistema Planeta Tierra. Para establecer la posición trófica de una especie es necesario conocer a detalle lo que come, es decir su dieta. En las últimas décadas, algunos individuos de Homo sapiens han empezado a repensar su dieta y a comer diferente y “a conciencia” (como si tuviéramos la capacidad de comer estando inconscientes!).

Comiendo a conciencia

Quien escribe comiéndose un pancho canadiense a conciencia.

Para mi agradable sorpresa existen muchos investigadores que están estudiando los efectos de la dieta del hombre en el funcionamiento del ecosistema planetario. Uno de los artículos más controversiales se titula: “Dietas vegetarianas y saludables podrían ser más perjudiciales para el medioambiente”, realizado por investigadores de la Universidad de Carnegie Mellon (USA) y publicado en diciembre de 20151. Para sugerir esto los científicos midieron el gasto de energía, la huella hídrica (cantidad de agua que se utiliza para producir un bien) y las emisiones de gases de efecto invernadero (ej. CO2, metano) asociado a los patrones de consumo alimentario en Estados Unidos. Vegetales como el pepino, la berenjena y el apio requieren más recursos que el pollo o el cerdo para generar la misma cantidad de calorías, afirman los investigadores. Y dan algunos números sobre lo que le costaría al Planeta Tierra que el hombre adoptase una dieta más saludable: incrementos del 38% en energía, 10% en agua y 6% en emisiones de gases de efecto invernadero. Para dejar tranquilos (y más obesos) a los estadounidenses este estudio sugiere que comer lechuga es más dañino para el medioambiente que comer panceta. Es muy probable que los editores de la revista en la que se publicó este estudio hayan salido corriendo a McDonalds a comprarse una Bacon Clubhouse. Creer o reventar, esa es la cuestión.

Como corolario de antropocentrismo, uno de los autores del artículo afirma: “Lo que es bueno para nosotros en términos de salud no siempre es lo mejor para el medioambiente”. Creo que hay ciertos Homo sapiens que no se creen parte interactuante sino dueños de la naturaleza.

Otra agradable sorpresa que me llevé fue que poco tiempo después, en mayo de 2016, investigadores del World Resources Institute (USA)2, no tan saludables como los anteriores, encontraron muchos puntos débiles en el modelo que utilizaron los de Carnegie Mellon para proponer a Kevin Bacon como el nuevo rey de una dieta más amigable con el Planeta Tierra. Uno de dichos puntos es la categoría que utilizaron para caracterizar dietas basadas en alimentos animales. Los de Carnegie Mellon pusieron en la misma bolsa la carne vacuna, de cerdo y de cordero. Este es un pequeño grave error ya que las emisiones de gases de efecto invernadero que producen las vacas (principalmente metano) son mucho mayores a la de los cerdos. Esto se relaciona con que los cerdos son bastante más eficientes convertidores que las vacas; casi todo lo que comen se asimila y pasa a formar parte de su masa corporal. Solo el 18% de lo que se mete la vaca a la boca pasa a formar parte de su cuerpo! La no discriminación entre carne de vaca y de cerdo genera que la reducción en el porcentaje de carne en la dieta no se traduzca en una disminución de gases de efecto invernadero.

Por otro lado, el modelo usado para recomendar una dieta basada en panceta por sobre la lechuga no tuvo en cuenta las consecuencias del cambio de uso del suelo en la producción de animales o vegetales. Se necesita mucha más superficie de suelo para producir un gramo de proteína animal que vegetal. Entonces una dieta vegetariana reduciría la demanda de suelo, hecho que definitivamente beneficia el estado del medioambiente.

El último, y más interesante artículo que leí se titula Analysis and valuation of the health and climate change cobenefits of dietary change, publicado en la revista PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences) en abril de 20163. La traducción al castellano diría: Análisis y puesta en valor de la salud y el cambio climático como cobeneficiarios de un cambio dietario. Me encanta como empieza este artículo: “Lo que comemos influye de gran manera en nuestra salud personal y en el ambiente que todos compartimos”. Excelente síntesis y comprensión de lo que estudia la ecología trófica.

El sistema mundial que se ha generado para producir lo que comemos cada día de nuestras vidas es reponsable de más del 25% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Por ende, las decisiones de lo que elijamos comer tiene un importante impacto en el cambio climático. Para evaluar el efecto del cambio de dieta los autores plantean diferentes escenarios de dietas (1- sin cambios, 2- recomendada por la FAO*, 3- ovolactovegetariana, y 4- estricta vegetariana), y los evalúan haciendo una proyección al 2050. Lo más interesante es que también tienen en cuenta la cantidad total de energía (calorías) consumida por persona. Más de 1/4 de las regiones del mundo que ellos estudiaron (Latinoamérica, Asia del este, Asia del sur, Mediterráneo del este, Europa occidental, entre otros) excede lo que se recomienda ingerir a una persona promedio. Lo que comemos de más no sólo se traduce en un directo deterioro corporal sino ambiental. Ahora sí podemos relacionar de manera directa la obesidad y el descuido personal y ambiental.

Para los incrédulos o poco interesados en cuidar el lugar donde viven, les comento que también existen beneficios económicos mundiales al reducir el consumo de carnes y/o aumentar el de vegetales y frutas. El costo que le genera a la economía mundial pagarle a personas que no van a trabajar por enfermedad o seguros de vida por muertes “prematuras” es inmenso. No sólo eso, el costo estimado de vidas (o cantidad de años) que se podrían salvar por dietas más vegetarianas o menos carnívoras es increíble. Para el 2050 podríamos ahorrar en promedio 973 billones de dólares por gastos de días no trabajados, cuidados médicos directos y automedicación como consecuencia de enfermedad si adoptasemos una dieta ovolacto-vegetariana.

Por otro lado, generar más emisiones de carbono (gases de efecto invernadero) tiene costo. Aquellos países que liberan más carbono a la atmósfera deben pagar más. Estimaciones indican que si siguiéramos la dieta recomendada por la FAO podríamos emitir menos gases de efecto invernadero y ahorrar 234 billones de dólares para el 2050.

Asado+verduras

Las verduras se codean con la codiciada carne argentina en los asados dominicales.

Con todo esto no quiero decir que los más de 7 mil millones que somos dejemos de comer carne, pero que sumemos en la balanza de las frutas y vegetales los beneficios ambientales y económicos, aparte de los de salud. De hecho, los occidentales estamos cambiando la dieta, incorporando más verduras y frutas a nuestra dieta. Sin ir más lejos, los asados argentinos ya se ven decorados con berenjenas, tomates, cebollas, papas y batatas.

 

1 http://www.cmu.edu/news/stories/archives/2015/december/diet-and-environment.html

2 Waite, R., & Searchinger, T. (2016). Diets low in animal-based foods, including vegetarian diets, are indeed better for the environment.

3 Springmann, M., Godfray, H. C. J., Rayner, M., & Scarborough, P. (2016). Analysis and valuation of the health and climate change cobenefits of dietary change. Proceedings of the National Academy of Sciences, 113(15), 4146-4151.

* Food and Agricultural Organization of the United States.